NUESTRO FUNDADOR
JOAQUÍN ALONSO HERNÁNDEZ (1905-1966)
UN SEMBRADOR DE ESPERANZA
La profunda sensibilidad humana que anidaba en el corazón de este hombre generoso, bueno y servicial, le llevó a entregarse sin medida por el bien de todos los hombres que con él vivieron. Fueron los jóvenes y los más necesitados en bienes materiales, o en riquezas morales y espirituales, los que más llamaron a las puertas de su corazón. Era para los demás un modelo de servicio, un reclamo de virtud, una fuente de consuelo y de luz, al más puro estilo evangélico.
Su sacerdocio impregnó toda su vida de forma desbordante. Comprendió que el apostolado mejor era iluminar la conciencia de los hombres, pobres o ricos, niños o mayores, trabajadores de cualquier oficio. Y se entregó a la tarea desprovisto del más mínimo interés personal.
Sereno, paciente, piadoso, amante del recogimiento, de la mortificación, que practicaba en las cosas más pequeñas, supo unir la delicadeza y la energía, la exigencia y la comprensión.
Su capacidad intelectual era enorme: facilidad de ideas, fina intuición, dotes de observación, gran sentido práctico, amplia cultura. Pero su fuerza espiritual era mayor. Ella era la que alimentaba la llama de su sensibilidad apostólica, su amor a las almas y su necesidad de intimidad con Dios.
Fue su confianza en la Providencia lo que más resaltó en su vida apostólica y educadora. Y culminación de su apostolado sacerdotal fue la Congregación de las “Misioneras de la Providencia”, que fue organizando poco a poco para que continuaran sus afanes de mensajero. Esa fue su tarea preferida y el centro de sus desvelos. Con ilusión y profundidad hizo a sus religiosas educadoras, catequistas, evangelizadoras, es decir, sembradoras del amor de Dios Padre y de la Providencia, que cuida de las flores y de los pájaros del campo.”
